VIDA DEL AHORCADO
Palabra en Pie - WIlman Ordóñez Iturralde y lo montuvio
Wilman Ordóñez Iturralde
Pablo Palacio tuvo razón. Regreso y me golpea la crisis -engendro de mierda que se reproduce en los estómagos de quienes no hacen nada por superarlo-. Pensé que si todos iban al aeropuerto a recibirme la madrugada del domingo que llegué de México era por la necesidad de verme. Pues no. Fue para esquilmar las escuálidas ganancias de mis seminarios en México. Todos, primos, amigos, cuñados, metidos, etc., pidieron que me “aviente” unos arrocitos con menestra y carne. Con la justa alcanzamos unas empanaditas de yuca echas con las manos montubias de doña Carmelinda en la esquina del River Oeste en Guayaquil.
Camino a casa cada uno me dedicada una carta oral de sus calamidades. El primo “que se quedó sin trabajo por culpa de su jefe que no lo tragaba” me pidió “camello”. El “vecino del barrio” fue más suplicante: quiso que le prestara cien dólares ya que su mujer estaba enferma. Un cuñado pidió le alquilara mi carro para llevar estudiantes y ganarse “unos chochos”. Al llegar a casa, agarré mis maletas y corrí, corrí mientras pude y cerré la puerta.
A la mañana siguiente todos estaban en fila fuera de mi puerta. Es posible que hicieran “guardia” desde muy temprano. Intenté no hacer bulla para que creyeran que seguía durmiendo. Al ver que no salía empezaron a hablar rápido y en voz alta. Parecían locos. Unos miraban tras la reja con unos ojos de orbita sin lentes de contacto. Otros se sonaban la nariz. Mi “vecino”, -el de los cien dólares-, empezó a tocar la puerta.
Tocados empezaron a tocar la puerta. Hasta que abrí. Les dije que pasaran y no, solo querían saber mi respuesta. “Que si les prestaba o no”; “que si les daba trabajo”; “que si México está mejor que el Ecuador para que les ayude a sacar la visa”; “que si podía ayudarles a comprar la receta a una niña de la esquina que nos vende el periódico y que estaba enferma”; “que si el carro estaba en buen estado”, etc. Tuve que ser sincero. Les dije que el problema de las crisis comienza por uno mismo. Derrochador, juerguero, putañero, amantes, bebedores, prestamistas sin letras de cambio, etc., me dijeron que no, que el problema de las crisis es que estas empiezan por Gobiernos delincuentes y escorias que atracan en impuestos y subidas de precios a la canasta familiar de los obreros que a diario “se sacan la puta” y no recibir lo que merecen.
Cada quien tuvo mas de una razón. Entre otras, una viejita, -entrada en crisis y angustiada-, que no disimuló “su enojo” al decirme que “solo los que tienen dinero viajan”. Es posible esto. Lo que no debí aceptarle a la pobre viejita -ni a nadie-, es que no indaguen el por qué y por culpa de quien es que no tienen dinero. Les dije que es fácil echarle la culpa a quién vemos en frente aunque sea una piedra y con esto evadir las responsabilidades que debemos asumir cada uno.
Parecería que la pobreza se ha convertido en filosofía en nuestro país. Somos vagos y sufridores. Al más tonto le chantamos nuestros amargos problemas. Hemos olvidado el análisis cotidiano. Aquél que nuestras madres vindican en su sentido común. En su filosofía para entender estos problemas.
No es que yo no vea lo que sucede. Ni tampoco que no desee extender la mano al que necesita. El asunto pasa por los propios azotes. Y claro, por los externos -y extremos-, que son muchos. Un EEUU cada vez más explotador, imperialista y negligente. Amo de las guerras. Genocida. Una Europa que compite con Wall Stree a través de un Euro que prometió ser al almíbar de los más pobres y terminó siendo el alcahuete de treinta dueños de las grandes corporaciones que lo controlan todo. Una América Latina que no alcanza a divisar sus errores presentes que son los mismos del pasado. Un África a punto de quedar en huesos. Un Medio Oriente situado. Corporaciones, industrias, sujetos malévolos que manquean con cincuenta años de anticipación sus maquiavélicos propósitos. Un país como el nuestro socialdemócrata que olvidó los principios por el cual fue electo.
Veo lo que sucede. Lo que en realidad cuenta. Por lo que atravesamos. Lo que no logro entender es porqué no somos capaces de averiguar cómo combatimos esto. En que medida somos tan culpable de estas crisis. De estas vidas de ahorcados que nos atormenta.
No sé dónde quedaron las izquierdas. Aquellas en las que uno podía confiar y sentirse seguro. Qué las apartó de este lado. Porqué olvidaron al proletariado. Al campesino que mendiga urea actualmente. Antes nos alborotábamos por cualquier mosca que ponzoñosamente nos dejaba el alfeizar de su veneno en nuestro cuerpo. Ahora solo somos capaces de revolcarnos en la cama con nuestro mejor “ejemplar” pagado con el sobrante de nuestras liquidaciones.
¿Qué ocurrió? ¿Cuándo ocurrió? Las crisis también son culpas nuestras. No es posible en medio de ellas seguir picados y creer que la culpa solo la tienen aquellos que usufructúan nuestros recursos. También la tenemos nosotros que se lo permitimos. Nosotros que somos el todo y no hacemos nada para reparar lo que nos causa daño. ¡¡Ayayay!! Es mejor llegar borracho para olvidar las penas. Es mejor pelearse con la mujer para que esta no nos pida el gasto.
¡¡Ayayay!! Ardo en llanto por culpa de este maldito Gobierno. Nada mas vernos y lloramos. Parecemos califanes. Hasta el orgullo hemos perdido. ¡¡¡Ayayay!!! Tengo mi dignidad por los suelos.
A mis alumnos siempre que puedo les digo que existen dos formas extremas de matar las crisis: matando al que la provoca o matándose uno mismo. Si matamos al que la provoca vamos a la cárcel, -si es que nos atrapan por supuesto-, hasta tanto, vivimos escapados (huidos) y con otras crisis. Si nos matamos nosotros mismos, dejamos en la profunda tristeza, -el abandono y más crisis-, a quienes decidimos defender y amar hasta la muerte. Entonces les propongo una tercera: pensar el origen de las crisis y decidirse a salir de ellas. Aunque esto pase por lo que debe ser desde el principio: educarnos y organizarnos políticamente y acabar desde el recurso de la democracia con Gobiernos que se atrevan volverlas a provocar. Perro que ladra no muerde señores. Ya estamos grandecitos para darnos cuenta. Ni más, ni menos.
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